Una de las cosas que más valoro de las personas canarias,
aparte de su amabilidad y solidaridad, es su apego a la familia. Me lo han
demostrado muchas veces. Por eso quiero hacer este homenaje a nuestros mayores canarios.
Cuando yo llegué a esta isla en 1975 mucha gente, entonces de
edad cercana a los cuarenta años, me ayudaron en los momentos difíciles a salir
adelante.
Todos estarían ahora por encima de los ochenta años, muchos
ya se han ido, otros, por fortuna, siguen con nosotros.
A modo de homenaje a nuestros mayores canarios me gustaría
hablar de curiosidades sobre ellos.
Todos somos solidarios con los derechos de la infancia, a
veces, cuando veo noticias tristes de las miserias que pasan los niños en países
pobres o en guerra, pienso que esos niños tienen mucho futuro por vivir y que
algún día podrán ser grandes personajes de nuestra sociedad.
Aun preocupándome muchísimo la infancia, debo decir que me
preocupa aun más las personas mayores. Estos lo que tienen es muchísimo pasado,
viven el presente y el futuro cada vez es más corto.
Les hablaré, a través de tres familias canarias, de las
vicisitudes que pasaron en la época posterior a la posguerra. Unos ejemplos
reales que, esas maravillosas personas mayores, me han contado y yo quiero
compartir con ustedes.
Como siempre dirijo este artículo de opinión a todas las
edades, pero principalmente a los jóvenes, para que comprendan que las
condiciones de vida de antes no son las mismas que ahora.
.- Mama Lola y Papa
Chico, de Telde. Siempre los consideré “mi familia canaria”.
Tuvieron cuatro hijos y dos de ellos murieron en la
infancia, la mortalidad infantil en aquel entonces era muy elevada.
Mama Lola era tomatera y Miguel, al que llamábamos Papa
Chico, albañil.
Los domingos, único día que libraba, Mama Lola iba a enramar a sus padres con una
escalera al hombro atravesando todo Telde hasta el cementerio de San Gregorio.
Es una costumbre muy arraigada en Canarias, la de honrar con flores a nuestros
muertos.
Cuando mejor les iba la vida, ya ambos jubilados, perdieron
a su hijo Miguel, pocos años más tarde Lola tuvo cáncer y la única hija que le
quedaba viva, Carmenza, también. Cuanto me dolía escuchar a Mama Lola, cuando
iba a visitarla, que a pesar de los tremendos dolores que padecía no podía quejarse
para no preocupar a su hija, que también pasaba por el mismo trance. Ambas de
fueron con pocos meses de diferencia.
Lola no sabia leer ni escribir, pero para mi era una mujer
con mucha cultura, cuando hablaba me quedaba embelesado por su natural
sabiduría.
Los estudios no siempre garantizan a una persona ser culto.
.- María Ramírez
Castro, de Santa Lucia. Nació en 1926.
Jamás tuve el placer de conocerla en persona, pero si supe
mucho de ella a través de su hija Amparo,
de su vida, de su dedicación a la familia… Cuando ya nos íbamos a conocer,
María se nos fue el 31 de agosto del año pasado, once días más tarde de haber
cumplido 89 años.
María nació en Santa Lucia de Tirajana, si bien muchísimos
años de su vida los vivió en el Castillo de Romeral.
Cuando tenía solo siete años, su padre murió con poco más de
30 años. Ya antes había muerto una hermana de pocos meses, como dije antes,
había en esa época una gran mortalidad infantil.
Con tan solo siete años, y antes del estallido de la Guerra
Civil, su madre tuvo que ir a asistir a una familia pudiente de Las Palmas
mientras María tuvo que dejar de estudiar y ponerse a trabajar, si, con solo
siete añitos. Además, en ausencia de su madre, María atendía la casa familiar y
cuidaba también de los dos hermanos más pequeños.
A esa edad ya trabajaba en las tomateras, con animales y
cuando podía, recogía almendras para después venderlas y aportar algo de dinero
para la subsistencia de su familia.
Ya más mayor, y tras una infancia con muchos sacrificios,
María se casó con Bartolomé López Pérez, un cubano hijo de emigrantes canarios
que volvió a su tierra para establecerse en Santa Lucia. Su marido murió
también muy joven, con 54 años.
Esas personas que tanto han luchado en la vida nos enseñaron
también a nosotros el valor del trabajo. Con 18 años su hija Amparo dejó de
estudiar, la respuesta de María fue diferente a la que se da hoy en día, al día
siguiente de dejar los estudios envió a su hija a trabajar.
Nada que ver con la sobreprotección que hoy se da a los
hijos y el poco favor que se les hace. Los hijos algún día tendrán que dejar la
casa paterna y nada mejor que enseñarles que, para poder tener, hay que aportar.
A pesar de su triste infancia, María fue siempre una mujer
muy alegre.
Ya de mayor su vida fue recompensada por unos maravillosos
hijos y nietos que la cuidaron con muchísimo cariño.
.- Manuel Santana Ramírez, de Agüimes y
conocido como “Manolito el hueso”.
Casó
con una lanzaroteña. Dolores Melián
Grimón, se enamoraron y se quedaron a vivir aquí.
Ambos
tuvieron 11 hijos y los sacaron adelante con salud pero no pocas miserias.
A
través de mi hermana Maite, que hace poco se ha trasladado a vivir a Arinaga,
me enteré de aspectos de la vida de esta familia y me quedé impresionado
también con todo lo que tuvieron que pasar.
Me
contó que los hermanos mayores, cuando no había nada que cenar, les contaban
historias a los hermanos pequeños para que se quedaran dormidos y se olvidaran
del hambre.
Tan
solo tenían naranjas cuando alguno caía enfermo, recordar que entonces se
comían hasta las cascaras.
Los
hermanos, para ayudar en casa, recogían cochinilla que luego vendían y de esa
forma podían obtener algo de dinero para comprar comida.
Cuando
ya habían pasado lo peor y todos los hermanos eran mayores y ya trabajaban, el
padre comentó que tanto bienestar que tenían ahora en casa le preocupaba.
Efectivamente, uno de los hijos murió con 15 años. Dicen que de dolor nadie
muere, yo discrepo, Manuel se fue dos años más tarde con tan solo 58 años.
La
parte más positiva de la historia de esta familia es la siguiente:
Dolores,
la madre, tuvo un ictus y, aunque está muy bien, necesita ayuda constante en
casa.
Los
hijos habilitaron la parte baja de una casa en Arinaga y todos los días está
atendida por dos hijos, un varón y una hembra. El varón, para con su fuerza
física mover a la madre y la hembra, para asearla.
Hace
41 años, ya les dije, una familia canaria se convirtió en la mía, después de
tantos años me alegra mucho oír a mi hermana decir que ella también tiene su propia
familia canaria. La familia Santana Melián.
CONCLUSIONES:
He
querido, a través de estas tres familias canarias, exponerles las enormes dificultades que se pasaba en Canarias, hasta bien
entrada la década de los sesenta del pasado siglo. Pero también para decirles
lo orgulloso que estoy de cómo los canarios, por lo general, saben tratar a sus
mayores, cuidarlos.
Los
padres lo hicieron por los hijos y ahora es nuestro turno, mientras podamos, de
devolverles parte de lo que ellos nos han dado.
Pero
no solo han sido estas tres familias de las que he hablado, han sido muchísimas
las Lolas, Miguel, María, Manuel, Dolores, y otros tantísimos nombres de
personas que tendrían tanto que contarnos, que enseñarnos.
A
todos ellos deberíamos honrarlos y reconocerles su gran labor en una época tan
difícil de vivir.
A
los que todavía tienen suerte de tener a sus padres, o a sus abuelos, pedirles
que sigan atendiéndolos, que ellos se sientan recompensados. Háganlo antes de
que ya sea tarde. Que cuando se nos vayan podamos decir que hemos sido buenos
hijos, buenos nietos, tener nuestra conciencia tranquila.
Como dijo el poeta chileno Pablo Neruda, recordarles con
cariño cuando se nos van es como si ellos nos dijeran desde algún sitio:
“confieso que he vivido”.
Todo esto debería de servirnos para valorar positivamente
como vivimos en la actualidad. Y no perder la costumbre de hacer un homenaje a nuestros mayores canarios.
Ya, para terminar y como dato curioso para hablar de nuestra
tercera edad, decir que el número de personas mayores de 100 años en España se
ha duplicado en los últimos 15 años. Ahora son 14.487 y de los cuales el 80%
son mujeres.
Se ve que las mujeres tienen mejor genética.



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